martes, 6 de julio de 2010
2º PREMIO CUENTO
EL ÚNICO JUGUETE
Adela, era una apreciada profesora, en una Universidad prestigiosa, de Buenos Aires. Hacía muchos años que vivía sola. Sin familia y con pocos amigos. Su personalidad introvertida, la aislaba del bullicio y de los problemas ajenos.
Una mañana, encontró una carta en su buzón; la letra era desconocida, pero la dirección del remitente, con el nombre del pueblo, donde había nacido y vivido hasta su adolescencia, la hizo sacudir de recuerdos. Luego de leerla varias veces, y apretujarla en sus manos hasta romperla, decidió ir, después de tantos años de ausencia, partió en el tren de madrugada.
Sentada en el rígido banco, del vagón del medio, miró el paisaje en silencio durante horas, y luego extrajo su diario íntimo y empezó a escribir algunos pensamientos;
“Campanas, sólo campanas, perseguidas por alucinantes sonidos, con sellos de nostalgias, campanas que hacen estallar de pánico mi corazón” - subrayaba Adela - mientras apretaba con fuerza, su dentadura de mujer sufrida.
Esta vez, eran las campanas del andén. Como todos los pasillos del ferrocarril en su zona, era amplio y ventoso, con veredas de piedras amontonadas.Empotrado a lo lejos, se divisaba el cartel con letras negras y blancas, que indicaba el nombre del pueblo.
El guardia, atrapado en un traje azul, con una gorra estaqueada a su cabeza canosa, demolía obligado, con una soga gruesa, la hermosa campana que se ahorcaba de un tirante del techo, por encima del bebedero.
Descendió cabizbaja, y permaneció hasta el anochecer en su casa paterna. Justo, para tomar el tren de vuelta, hacia la ciudad donde vivía. La visita al pueblo, fue casi obligada por un pariente, que tenía en su poder, la herencia que le habían dejado sus padres.
Adela apresuró su paso, a causa del silbato de la oxidada locomotora, aún imponente y soberbia.
Tan sólo dos escalones, y el llamado de la campana, para sentarse en el primer vagón, no cambiarían su vida arcaica. Pero estaba acostumbrada a huir, fue instruida para escapar y adiestrada para escabullirse del destino.
Esperaba que no la conocieran. Ajustó su sombrero de pana, inclinó la cabeza encanecida y miró de soslayo a todos los que la rodeaban.
El tren, se deslizaba con un traqueteo salvaje, entre las solitarias vías de parajes y pequeños pueblos, que parecían dormidos por sus veinte años de ausencia.
Su único equipaje era una cartera demasiado grande para su débil cuerpo, pero necesaria para llevar medicamentos, su diario íntimo y la inseparable foto en blanco y negro, de cuando tenía cinco años, sentada en una silla de paja y abrazada a una gallinita matizada, su único juguete. Su entrañable juguete, desaparecido en una navidad sin nueces, sin moños dorados, una navidad silenciosa e indigesta.
Después de saturarse la vista, con el idéntico paisaje inactivo, de la sucia y atascada ventanilla del tren, Adela recordó la herencia.
Era una pequeña caja, envuelta en papel de diarios y atada con un rústico hilo de algodón.La sostuvo en sus rodillas y cortó el endeble hilo.Cuando comenzó a leer el pliego amarillento con letras desiguales, y errores ortográficos, se dio cuenta de que era la letra de su madre.
Mientras rodaban lágrimas en su maduro rostro, y las miradas de los desconocidos pasajeros la escudriñaban, Adela, leía el desgarrante recuerdo de esa navidad de hambre y llanto, envuelta en matizadas y pequeñas plumas;
“Perdona hija, tus hermanitos tenían hambre, pero te guardé las alas”
Mamá
GRACIELA FERREYRA (PERGAMINO)
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